Hay algo que se repite más de lo que nos gustaría. Empezamos un proyecto con ilusión, todo el mundo de acuerdo, la planificación encaja, el calendario parece razonable… y pasan los meses. La entidad tiene mil cosas en marcha, la urgencia todavía no ha llegado, y el proyecto avanza, sí, pero con poca implicación real del equipo. Hasta que llega el deadline.
Y entonces todo es deprisa y corriendo. Hay que decidir, revisar, probar, formar, cargar datos, corregir… todo a la vez. Lo que debía ser el momento de consolidar se convierte en una carrera contrarreloj. Y la adopción, que es lo que da sentido a todo, queda en segundo plano. Lo he visto muchas veces, y siempre me deja la misma sensación: un empacho digital que deja poco espacio para la ilusión.
Cuando la urgencia técnica ahoga el proceso humano
En SinergiaCRM acompañamos a muchas entidades en procesos de digitalización, y una de las cosas más difíciles de equilibrar es el ritmo. Los proyectos tienen fases técnicas muy marcadas, fechas de entrega, hitos, validaciones… pero la adopción no sigue ese mismo compás.
Mientras el código avanza, las personas necesitan tiempo para entender, cuestionar, ensayar, equivocarse. Y si ese tiempo no se reserva desde el inicio, acaba apareciendo al final, cuando ya no hay margen. No porque nadie lo haya querido así, sino porque las prioridades del día a día siempre ganan.
Y ahí está el riesgo: que el cierre del proyecto llegue antes que la adopción. Que el sistema esté listo, pero el equipo no.
Adoptar es estar dentro desde el primer día
Cuando una entidad vive una implantación atropellada, lo más valioso que puede hacer después es mirar atrás y aprender de ese ritmo. Porque la adopción no se arregla con más formación ni con más manuales, sino con implicación temprana.
En nuestra experiencia, cuando los equipos se sienten parte del proceso desde el inicio —cuando entienden por qué se hace, qué cambia y cómo les afecta— el resultado es completamente distinto. La herramienta no se “entrega”, se integra. Y eso solo ocurre cuando la adopción no se ve como una fase final, sino como un hilo continuo que atraviesa todo el proyecto.
A veces nos preguntan si eso alarga los plazos. Y la respuesta es que no: los hace más reales. Porque un proyecto no se termina cuando se implanta, sino cuando el equipo lo hace suyo.
Reservar espacio, no solo tiempo
Hay dos cosas que suelo repetir mucho en los acompañamientos. La primera: la adopción no ocurre en huecos. No se puede “encajar” entre otras tareas. Hay que reservarle un espacio real, planificado, con intención. Y eso implica protegerla del ruido diario, aunque cueste.
La segunda: alguien tiene que cuidar el pulso del proceso. No me refiero a un rol técnico, sino a una figura interna que escuche cómo se está viviendo el cambio, que identifique dónde hay confusión, dónde hace falta más contexto. En cada entidad le ponen un nombre distinto, pero cuando existe, el proyecto respira de otra manera.
Porque lo técnico se puede automatizar; la adopción, no.
Lo urgente nunca puede ser lo único
Cuando un proyecto acaba corriendo, todos lo notan. El proveedor, el equipo, la dirección. Y al final, nadie queda satisfecho del todo. Lo urgente se impone a lo importante, y lo que debía ser un proceso de empoderamiento se convierte en una entrega forzada.
Por eso, cuando veo venir esa dinámica, intento frenarla a tiempo. Recordar que el objetivo no es llegar al final del proyecto, sino llegar bien. Con el equipo dentro, no detrás.
Porque la tecnología puede acelerar mucho, pero el cambio humano necesita un ritmo que se pueda respirar.

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