A veces, lo más valiente en un proyecto no es avanzar, sino detenerse. Lo he visto en más de una entidad: llega un punto en el que se dan cuenta de que, aunque el proyecto sigue “en plazo”, el equipo no lo está viviendo bien. Las tareas se acumulan, el ánimo se tensa y la sensación de estar “llegando tarde” empieza a contagiarlo todo.
Y entonces alguien —a veces la dirección, a veces una persona del equipo— levanta la mano y dice: “Si seguimos así, no vamos a llegar mejor, solo más cansadas.” Ese momento cambia el proyecto. Porque reconocer que el ritmo no funciona no es un fracaso; es una muestra de madurez.
Reconocer a tiempo que no se llega bien
He acompañado procesos donde la entidad se da cuenta, a mitad de camino, de que el plan necesita oxígeno. No porque el sistema falle, sino porque la gente no tiene espacio para adoptarlo. Y esa toma de conciencia es clave.
La tentación de seguir adelante “porque hay un calendario” es enorme. Pero el calendario no mide la adopción. Mide entregas. Y las entregas, sin tiempo para entenderlas, no generan cambio.
El reto es tener el coraje de decir: “paremos, respiremos, reorganicemos.” No para hacerlo más despacio, sino para hacerlo con sentido. Y aunque pueda parecer un riesgo, casi siempre ese parón acaba acelerando el proceso. Porque cuando el equipo vuelve a implicarse, el proyecto recupera coherencia.
El tiempo invertido en adopción se multiplica
Una de las entidades con las que trabajamos lo explicó muy bien en una reunión: “Nos dimos cuenta de que no teníamos que ir más rápido, sino más juntas.” Habían pasado semanas intentando cumplir hitos técnicos sin atender al cansancio del equipo. Y un día decidieron reorganizar las prioridades, dejar algunos módulos para más adelante y dedicar ese tiempo a acompañar, formar y escuchar.
No solo llegaron mejor al cierre: llegaron más conectadas con lo que estaban construyendo. Las dudas se redujeron, la confianza creció, y lo que antes era un sistema ajeno se convirtió en una herramienta viva, útil y compartida.
Lo que a primera vista parecía un retraso, fue en realidad un salto en madurez digital. Porque la adopción no es solo usar una herramienta, es entender por qué la usamos.
Marcar ritmos sostenibles y revisar expectativas
Hay dos aprendizajes que se repiten en este tipo de procesos.
El primero: los ritmos sostenibles se diseñan, no se improvisan. Cuando una entidad planifica espacios de adopción desde el inicio —momentos de pausa, sesiones de escucha, pruebas con escenarios reales— el proyecto respira mejor.
El segundo: las expectativas deben revisarse en cada fase. No todo lo que se soñó al inicio tiene que entregarse en la primera versión. A veces, dejar algo para más adelante es la mejor decisión. No por falta de ambición, sino por respeto al proceso.
Porque en digitalización, más no siempre es mejor. Mejor es mejor.
Madurez es saber cuándo frenar
Cada vez que veo a una entidad tomar la decisión de frenar, me reafirmo en algo que repito mucho: la madurez digital no se mide por la velocidad de implantación, sino por la calidad de la adopción.
No hay herramienta que valga la pena si deja al equipo atrás. Y no hay calendario que justifique un proceso vivido con agobio.
Frenar no es parar. Es cuidar el paso.
Porque llegar bien no es llegar antes: es llegar juntas, entendiendo lo que hacemos.

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